Por Gerónimo Antonio Moisá
Psicólogo-docente-investigador facultad de psicología (UNT)
Analizar los efectos de la violencia y del desamparo en los tiempos actuales nos exige interrogar el malestar que se presenta en nuestra época. Implica considerar la complejidad inherente en el lazo con el otro, el cobijo necesario para el advenimiento y sostén del sujeto, pero también sus tensiones y las consecuencias cuando este se presenta de manera tan inconsistente. De ese encuentro y sus vicisitudes dependerán las distintas salidas y respuestas, según las marcas que recibió en su vida y las cartas que le tocaron en “suerte”.
El psicoanálisis nos señala que lo individual no puede pensarse sin lo social, que estamos inscriptos en un universo del lenguaje que nos atraviesa y nos brinda el marco simbólico para vivir en sociedad y regular lo que irrumpe de la condición humana.
La experiencia de las guerras evidencia, de la manera más cruda, lo que puede pujar de lo más interno de nuestro ser; pero también lo advertimos en esas pequeñas acciones de nuestra vida cotidiana que realizamos sin un sentido aparente, en nuestros equívocos, angustias, incluso en nuestros sueños. El síntoma, desde esta perspectiva, anuda un mensaje que se enlaza a lo singular de cada historia, implica una lectura y a su vez, es un intento posible de solución. La misma conlleva un efecto paradojal que enlaza cierto sufrimiento en la satisfacción.
Ahora bien, ¿vivimos en una sociedad mas violenta? ¿Cómo influyen las condiciones sociales de vulnerabilidad en las formas de violencia? Para responder a esto, Susana Brignoni, analista radicada en Barcelona, diferencia lo que es el desamparo social del subjetivo.
El primero se evidencia desde la mirada, se enlaza al entorno, a los cuidados materiales, a las marcas o heridas en el cuerpo, a la ausencia de ciertas condiciones concretas de alojamiento.
Por otro lado, el desamparo subjetivo no es evidente y responde a lo constitutivo y más propio. Se vincula con lo que acontece en el nacimiento y el desvalimiento psíquico de los primeros tiempos. Es algo que irrumpe y tiene efectos en el cuerpo. Es estructural e inaugura las distintas modalidades de vincularse con el otro. A su vez, se liga a la pregunta fundamental sobre el lugar que uno ocupa para el otro. Es desde esos cuidados y sobre todo desde un deseo que nombra, que se va forjando una trama simbólica que otorga una historia y deja huellas.
Esta diferencia permite situar las coordenadas subjetivas y no quedar capturado frente a lo evidente que impacta desde lo social. Implica considerar la otra escena que encuadra el discurrir de la vida de cada sujeto. Abre la interrogación sobre los lugares identificatorios donde cada quien se ubica y cuestionar ciertos destinos. Esto apunta a zamarrear aquellos puntos coagulados que en ocasiones fijan recorridos turbulentos, dirige una escucha que considera que no hay un sujeto sin otro.
Por otro lado, la violencia puede ser entendida como una respuesta (fallida) a un conflicto, está ligada a la agresividad que es constitutiva del ser humano y da cuenta de la tensión inherente del sujeto con el semejante, a la dimensión amor y odio propio del vínculo con el otro. Los resortes que contiene eso que puja permite circular por el pacto social y la cultura.
Cuando esos diques se fisuran, cuando no hay apelación a la palabra, el sujeto entra en un campo más propicio para la emergencia de fenómenos de violencia o actos de agresión.
En este sentido, el IX Congreso Internacional de Psicología del Tucumán, a realizarse en pocos días, sitúa en el centro de su debate la posición de la profesión en contextos de incertidumbres. Hace referencias a los desafíos que encontramos en las presentaciones sintomáticas de quienes consultan, las demandas sociales para el abordaje del malestar, las adicciones, el bullyng, la violencia, el suicidio, etc, en los distintos escenarios atravesados por el desamparo y vulnerabilidad.
Sin embargo, ubica las oportunidades que brinda para seguir tejiendo nexos de inteligibilidad entre la realidad y la producción de conocimiento, a la vez de ofrecer las herramientas para el alojamiento subjetivo de aquel que presenta un padecimiento.